Hitos fundamentales del montañismo en España
Francesc Roma i Casanovas
La actual Federación Española de Deportes de Montaña y Escalada ha sido la heredera de la Federación Española de Montañismo creada en 1941, siguiendo la estela de lo que había sido la Unión de Sociedades Españolas de Alpinismo, que a la vez se puede considerar heredera de la Federación Española de Alpinismo, fundada en 1922.
La fundación de la primera federación se produjo medio siglo después de los primeros pasos excursionistas por nuestro país, cuando las prácticas montañeras o alpinas eran ya bien aceptadas en nuestra sociedad. Entonces apareció el deseo de unir —no ya las personas— sino las asociaciones que se dedicaban a esta práctica.
En este siglo de historia, se produjeron dos cambios trascendentales. Uno de ellos tiene que ver con el papel de la mujer y, por lo tanto, con la composición social de nuestro deporte. El otro está relacionado con la deportivización de estas prácticas y con la competición, lo cual ha conducido algunas disciplinas al redil de las especialidades olímpicas.
A estos cambios habría que añadir la dimensión democrática de nuestro montañismo, puesta en cuestión por dos largas dictaduras.
LA FEDERACIÓN ESPAÑOLA DE ALPINISMO (1922)
La FEA nació a iniciativa de dos clubs madrileños, la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara y el Club Alpino Español. Este último había mostrado un claro afán de constituirse en una organización federativa. Sin embargo, el modelo del CAE apostaba por la extensión de este club al resto de España, como había pasado en el caso francés.[1]
Por eso, el primer movimiento en pos de una federación a nivel español se materializó en un convenio, impulsado por Peñalara, de enero de 1918, que incluía el Centro Excursionista de Cataluña, el Club Deportivo de Bilbao, el Sindicato Alpino de Barco de Ávila, la Sociedad Gredos-Tormes de Hoyos del Espino y la Arenas-Gredos de Arenas de San Pedro. Posteriormente, se añadirían a este intercambio la Real Sociedad Picos de Europa y la Sociedad Sierra Nevada.[2]
A finales de 1921, Peñalara iniciaría las gestiones para la realización de una asamblea de sociedades alpinas que finalmente daría lugar al nacimiento de la primera Federación Española de Alpinismo.[3] Esta asamblea fundacional tuvo lugar el 1 de agosto de 1922,[4] en el local de Peñalara.
A la reunión inicial asistieron representantes de la Sección de Montaña de la Agrupación Deportiva Ferroviaria, del CAE y de Peñalara, mientras se esperaban noticias más concretas del Club Deportivo de Bilbao, la Sociedad Sierra Nevada y la Sociedad Arenas-Gredos.[5] El presidente electo fue Benigno de la Vega (marqués de la Vega-Inclán), el secretario, Antonio Victory, y el tesorero, Alfredo Pérez.
En los primeros momentos, se decidió fusionar los proyectos de refugios presentados por Peñalara y el CAE en un único plan que empezaría por la construcción de un refugio en Monte Perdido, que Peñalara ya tenía en ejecución[6] y que después fue traspasado a la FEA. Por su parte, Delgado Úbeda defendió la construcción de un refugio en Picos de Europa.
La FEA debía ser “un organismo común y superior a todas las agrupaciones de montaña de España, encargado de la iniciación, gestión y organización de todos los asuntos de interés general en relación a la montaña y de la resolución de toda clase de cuestiones comunes a aquellas entidades”.[7]
Sin embargo, en el anuario del CAE de 1922 se reconocía que esta naciente Federación de Sociedades de montaña había nacido sin poder contar con las asociaciones catalanas y vascas.[8]
En 1923, su majestad el rey de España accedió a la presidencia honoraria de la Federación y se hicieron gestiones para conseguir la integración de los clubes catalanes (que no llegaron a buen puerto)[9], aragoneses y vascos (se consiguió el ingreso de la Federación Vasco-Navarra).[10]
El 3 de enero de 1928, ABC publicaba un anuncio llamando a la constitución de la “Federación Nacional de Esquíes”, que trataría la organización de concursos de la especialidad, “asunto que no puede realizar la existente [federación] de Alpinismo por prohibirlo su reglamentación”. Su constitución no tuvo lugar hasta 1934.
La FEA entró en crisis en 1927, y desapareció en 1928, seguramente porque su presidente, el marqués de la Vega-Inclán, abandonara el cargo de Delegado Regio del Turismo.
La continuación de nuestra historia pasó por la constitución de Peñalara como Sociedad Española de Alpinismo (1932) y su elevación a la categoría de federación nacional de montaña (1934).
LA UNIÓN DE SOCIEDADES ESPAÑOLAS DE ALPINISMO (1934)
En 1930 Peñalara modificó sus estatutos y creó nuevas filiales. Así, en la memoria de 1933, se decía que “son ya siete las Secciones regionales que componen la SEA”. El proceso culminó en marzo de 1934, cuando la Sociedad Española de Alpinismo (SEA Peñalara) se constituía en Federación Nacional de Sociedades de Montaña al convertir a sus filiales en asociaciones hermanas:
“Peñalara, que (…) había creado secciones filiales en León, Oviedo, Gijón, Burgos, Reinosa, Béjar y Granada y subfiliales en Mieres, Riaño y Ponferrada, acaba de realizar un hecho trascendental para el montañismo español, elevando a sus filiales a la categoría de hermanas y fundando con ellas una Federación Nacional de Sociedades de Montaña, registrada legalmente con el nombre de Sociedad Española de Alpinismo (SEA)”.
Enseguida el Club Deportivo de Bilbao ingresó en la nueva sociedad federativa. La SEA también nació “desligada en absoluto de todo lo que suponga competiciones deportivas”, tendencia que ratificaba la separación del esquí y el montañismo.
Desde entonces la SEA sería “un organismo superior y de enlace, con carácter de Federación Nacional de Sociedades de Montaña, que dirija la acción mancomunada de las mismas”[11] y afirmaba que
“Todo lo que signifique competición está excluido de sus Estatutos, por considerar es ajeno a sus fines. Así, pues, ni las carreras de esquís ni las marchas en competición por la montaña serán intervenidas por su reglamentación.”
En una asamblea en Zaragoza (1934) se creó la Federación Española de Esquí con participación catalana y el alejamiento momentáneo de Montañeros de Aragón. Sin embargo, la federación de montañismo quedó truncada por las desavenencias con el excursionismo catalán,[12] pues la SEA creía necesaria una unión de las sociedades dedicadas a la montaña, pero no daba importancia a las “sociedades simplemente excursionistas”. La federación de sociedades excursionistas debería producirse en un segundo momento.[13]
La SEA acogía más de 4.700 alpinistas, pero no había ninguna entidad de la mitad oriental de la península. Su sede estaba en Madrid, en el local de Peñalara. Realizó dos congresos-asambleas. En 1935, en León, cambió su nombre por el de Unión de Sociedades Españolas de Alpinismo (USEA) y aprobó un ambicioso plan de refugios, la creación de un cuerpo nacional de guías y del Grupo de Alta Montaña.[14] También se acordó ingresar en la Federación de Sociedades Deportivas Amateurs.
Al congreso-asamblea de Bilbao (1936) asistieron buena parte de las sociedades españolas, incluyendo la Federación Vasca de Alpinismo, pero no las entidades catalanas. Aunque se habló de la cuestión de los guías, de los refugios, del grupo de alta montaña y de otros temas, todo ello quedó en el tintero con el estallido de la guerra, que también impidió la realización del tercer congreso (Béjar, Salamanca, 1937).
La respuesta de la Federació d’Entitats Excursionistes de Catalunya al intento de crear esta nueva federación fue disuasoria. Así, se llegó a la Guerra Civil con un excursionismo catalán no integrado en las estructuras federativas españolas y un montañismo vasco que –después del congreso de Bilbao– nadie sabía exactamente qué relación tenía con el español. Por otro lado, no consta en esa época ningún club balear, valenciano, andaluz, extremeño o canario.
La Guerra Civil marcó un amargo paréntesis, y el posterior triunfo franquista iba a suponer un nuevo marco y un nuevo montañismo.
EVOLUCIÓN FEDERATIVA A PARTIR DE 1939
Con el nuevo régimen empezó a funcionar el Consejo Nacional de Deportes, que dio estatus oficial a las diferentes federaciones al nombrar el general José Moscardó a sus presidentes.
Los deportes de montaña quedaron a cargo de la Federación Española de Montañismo y Esquí (FEME), presidida por Eloy González Simeone (de Peñalara), que pronto fue substituido por el comandante Carlos Blond Mesa. La FEME, que se dividía en ocho federaciones territoriales, contaba con dos subdelegados, uno para montaña (Pedro Ribera) y otro para esquí (Clemente Peláez).
Según Félix Méndez, en 1940 se propuso la separación de las dos disciplinas, que formarían parte de federaciones distintas. La división de la primitiva FEME se realizó el 13 de junio de 1941,[15] y se encargó a Julián Delgado Úbeda la presidencia de la Federación Española de Montañismo y a Joaquín Martínez Nacarino la de Esquí.
En cuanto al montañismo, la FEM se mantuvo “a base de las Sociedades federadas directamente, sin intermedio de Federaciones Regionales, conservando las características de la antigua USEA”. Oficialmente no hubo ningún tipo de descentralización hasta enero de 1946, cuando se crearon las jefaturas del País Vasco y Cataluña (solo con funciones burocráticas).
Los años cuarenta fueron de gran penuria en todos los sentidos, pero las personas que se dedicaban a la escalada, la acampada o el esquí reemprendieron sus actividades en breve. Algunos clubes se recuperaron rápidamente, muchos de ellos ligados al nuevo régimen, pero los más modestos tuvieron unos inicios difíciles, tanto económicamente como socialmente. La FEEC fue prohibida de facto por su nuevo presidente, Ignacio de Quadras, cuando mandó publicar la obligación de federarse a la FEM pues “no se autorizará el funcionamiento de aquellas [sociedades] que no estén adheridas a esta Federación”.
LA FEDERACIÓN ESPAÑOLA DE MONTAÑISMO (1941)
La marcha oficial de la FEM comenzaría el 10 de julio de 1941, cuando se aprobaron los estatutos presentados por el presidente de la Delegación Nacional de Deportes.
Los refugios fueron una de las preocupaciones más importantes en ese momento propiamente de reconstrucción, y para ello hubo que contactar en diversas ocasiones con los representantes del ejército, pues muchos de ellos se encontraban en zonas militares de alta sensibilidad. Faltada de fondos, la nueva federación recibió la cooperación económica de la Delegación Nacional de Deportes.
Junto a los refugios, en ese primer momento se planteó continuar con la organización del Cuerpo Nacional de Guías de Montaña, con la participación de la Dirección General de Turismo.
También en 1942 se decidió estudiar la integración de los diferentes grupos de alta montaña en uno único de carácter nacional y se solicitó la afiliación de la FEM a la UIAA. Sin embargo, el GAM nacional no se constituyó hasta 1949, pues el mes de octubre de 1943 la FEM aprobaba la libre organización de los GAM.[16]
En esas fechas, la Federación emprendería una política de captación de personas procedentes de nuevas entidades y de expansión de las ya existentes. Así, según la memoria de 1942, el montañismo español estaba formado por 42 sociedades que acogían a 7.730 afiliados.[17]
“Hay que notar que en el Sur de España no había sociedad alguna afiliada a la FEM y que hasta el momento presente [1943 o 1944] tampoco existe Sociedad alguna que practique el montañismo en Sierra Nevada, ni en otra sierra andaluza”.[18]
Durante dos décadas, la FEM mantuvo una relación muy fluida con el Ejército Español, aunque las maniobras militares supusieron a veces problemas evidentes con las infraestructuras montañeras. Por un lado, consideró que podría proporcionar mozos a los batallones alpinos, pero también intentaba un acercamiento en el tema de los refugios “que pudieran ser convertidos en fortines en la frontera pirenaica”.
Junto a la preocupación por los refugios y campamentos, una de las tareas más importantes eran los estudios científicos (la FEM contaba con una Sección Geológica). Asimismo, la nueva federación colaboraba con la Sección Femenina, el Frente de Juventudes y el Sindicato Español Universitario.
Continuando la inercia histórica, en ese momento se decía que “La FEM no es un organismo de competición”. Por ello las marchas que patrocinó fueron las de regularidad y se dijo que el recordman “no tiene utilidad práctica en nuestro deporte”. Así, en el anuario de 1950 se escribió que en alpinismo no existían campeones ni subcampeones, pues la labor de la FEM en sus marchas y cursos estaba orientada hacia la “educación general de las masas practicantes para el perfeccionamiento de este deporte en sus dos aspectos: físico y de orden moral.” Queda clara, pues, la voluntad de incidir en ámbitos extradeportivos de nuestra federación.
El montañismo bajo control
Durante esos años, el montañismo se convirtió en una herramienta de control de la población española[19] y eso explica las trabas burocráticas que tuvieron que enfrentar todos los clubes. De entrada, el club acordaba una junta provisional y proponía los nombres al gobernador civil (al principio) y a la federación (posteriormente). Esta propuesta debía acompañarse de informes sociopolíticos de todos los candidatos, informes firmados por miembros de Falange o por autoridades políticas o militares locales. Cuando estos eran negativos, o no existían, se daba de baja a la persona afectada.
Así pasó en la Sociedad Deportiva Excursionista de Madrid, donde la FEM acordó la suspensión de los cargos de vicepresidente y otros “hasta que se presenten las correspondientes declaraciones juradas”[20] Al principio, el control afectaba al conjunto de los miembros de las juntas directivas, pero a partir de 1948 se redujo a la presidencia y vicepresidencia.[21]
La FEM iba a ejercer el control sobre todas las entidades, al mismo tiempo que era controlada por la Superioridad, una expresión que equivalía a la Delegación Nacional de Deportes. De esta manera, la legitimidad de los rectores de las entidades iba de arriba a abajo, sin que se planteara la presencia de ningún mecanismo democrático de representación o decisión. En algunos casos, hubo que modificar los estatutos por indicación de la superioridad.
Los presidentes de los clubes se convirtieron en “agentes auxiliares de la autoridad”, según una orden del boletín de la provincia de Barcelona del 21 de marzo de 1940,[22] con lo cual debían velar por el cumplimiento de los estatutos y reglamentos y eran los responsables subsidiarios de las acciones de los socios/as de sus entidades.
Además, hasta 1970 no se aprobaría que las mujeres pudieran formar parte de ninguna junta directiva. Eso, a pesar de la paradoja que en 1943 se dijera que, “La mujer, por el medio del deporte, se ofrece dispuesta para los servicios que le pide la patria”. Y se añadía que “practicar el deporte, es hacer un pueblo fuerte y grande”.[23] De esta forma, dentro de la Sección Femenina hubo personas que defendieron la práctica del deporte entre las mujeres y así se crearon campamentos exclusivamente femeninos[24] y se celebraron cursillos de esquí y campeonatos nacionales,[25] por lo menos hasta 1948.
A pesar de todo, en 1944 el gobierno obligó a todas las mujeres a justificar documentalmente que habían cumplido el servicio social o que estaban exentas de ello, si no querían ser dadas de baja de las entidades de montaña.[26] No faltaron algunas resistencias por parte de los clubs.
La situación no cambió hasta 1971,[27] cuando se reformó el estatuto orgánico de la DNEFD y se acabó con la prohibición de que las mujeres formaran parte de las juntas de los clubs y del consejo de la federación.[28] Solo en 1974, se escribía:
“Con respecto al Montañismo femenino informa la Presidencia que no existe impedimento alguno que se oponga a su desarrollo.”[29]
Hasta el anuario del año 1984 no se constatará la salida y las expediciones de mujeres solas al extranjero, alcanzando importantes cotas como el Kangtega (6.782 metros).
Por su parte, la substitución de la simbología del país por una bandera y un escudo nuevos generó algunas resistencias, que se expresaron en la utilización y exposición de símbolos considerados inadecuados, como podían ser las banderas regionales o asociadas a cierta simbología.
Según Antxon Iturriza,[30] el gobernador civil pidió explicaciones acerca de una gran bandera roja colocada en un control de una marcha organizada por el Club Deportivo Fortuna de Guipúzcoa (1942). A pesar que se argumentó que era el color oficial del pueblo y del club, pasados pocos días el gobernador les dirigía un requerimiento para que cambiaran el color de su bandera. Asimismo, las actas de la Junta de la FEM nos informan que el 28 de junio de 1945 se acordó notificar al Club Layetano de Montañismo la modificación de su insignia por no estar relacionada con nuestro deporte.
De un modo parecido, en 1947, con motivo de la entronización de la Virgen, apareció colgada una bandera catalana (Señera) en la pared del Gorro Frigi de Montserrat, que es bien visible desde el monasterio. Dos años más tarde, en julio de 1949, se izó otra Señera en la Momia (también en Montserrat). De hecho, los actos de significación política fueron tan importantes que se convirtieron en el tema estrella del consejo del 24 de octubre de 1949, cuando el secretario informó que habían tenido noticia oficiosa de “ciertos hechos de carácter político ocurridos en las regiones catalana y vasca”.
En este contexto, algunos clubes fueron cerrados por orden gubernativa, como sucedió con la sociedad Montañeros Manresanos (1953)[31] o cuando en 1956, “por determinados hechos denunciados por el Gobierno Civil de Vizcaya”, quedó disuelto el Club Alpino Artagan de Bilbao.[32]
Otra muestra del control se encuentra en los salvoconductos, una autorización para desplazarse por el país que se impuso terminada la confrontación bélica. Con el paso del tiempo se fue haciendo menos necesaria hasta que, a finales de los años cincuenta, desapareció por completo, excepto de las zonas fronterizas. Si los movimientos de los montañeros y montañeras estaban controlados era porque podían resultar sospechosos para un estado dictatorial como el español, que incluso había prohibido la toma de fotografías.[33]
Actividades montañeras
Una de las actividades que más rápidamente se recuperó después de la Guerra Civil fue la escalada, con la creación de tres de los grupos de escalada más activos del país: el GAM (1940), el GEDE (1941) y el CADE (1942), que se unieron al GAM de Peñalara, creado en 1931 y que en 1943 fue requerido para “adiestrar y educar técnicamente a las Juventudes del Partido”.[34]
Una vez creadas las secciones especializadas de escalada y alta montaña dentro de algunas sociedades, en 1949 la Federación Española de Montañismo creó el Grupo Nacional de Alta Montaña (GNAM), que pretendía unir a los montañeros más sobresalientes para tener un grupo activo y preparado para realizar expediciones de alta montaña.
“Por su selectividad, se trata de que sus componentes sean solamente los verdaderamente destacados del montañismo español.”[35]
El número de grupos de alta montaña reconocidos fue muy reducido: en 1958 serían 11, que agrupaban un total de 421 personas (solo 247 activas) de Madrid, Barcelona, Zaragoza y Valencia. A largo plazo, el elitismo de estos grupos, junto a la falta de relevo generacional, impidió su crecimiento cuantitativo. Por eso, en 1961 se actualizó el reglamento del Grupo Nacional de Alta Montaña, que pasó a llamarse Grupo de Alta Montaña Español (GAME).
La otra cara de este proceso de creación de grupos técnicos y elitistas la tenemos en el bandeamiento de algunos clubs que se dedicaban a lo que se denominó excursionismo dominguero.[36]
Una tendencia muy importante dentro del montañismo español fue la aparición de actividades competitivas (a pesar de la dialéctica dominante). Seguramente sorprenderá saber que en 1947 tuvo lugar el primer concurso de escalada de la historia española.[37]
De hecho, la Federación alentó la competición donando copas o premios a pruebas competitivas, pero mantuvo una retórica contraria a esta manera de entender la relación con la montaña. Así, en el consejo del 14 de mayo de 1951 se modificaron algunas pruebas organizadas por sociedades federadas, “en evitación de la competición, prohibida en nuestro Deporte.”
En 1950, Delgado Úbeda había dicho que la montaña no era un deporte de competición, y en el número 2 de la revista Pyrenaica (1957) se reprodujo un artículo que abogaba por un montañismo de carácter científico o cultural como contrapunto a la competición: estas actividades, se decía, daban una cierta “profundidad espiritual” de la que carecerían los otros deportes.[38]
Deporte no competitivo, pero también deporte que no debía parecer un espectáculo: cuando en 1958 los Grupos Universitarios de Montaña (GUM) cumplían veinticinco años y para celebrarlo ascendieron el rascacielos España, se consideró que esa actividad era “contraria a la ética montañera y a la norma de todo montañero de huir de toda clase de exhibicionismo”.[39]
Finalmente, en la asamblea de 1969 se rechazó la propuesta de la Federación Andaluza sobre una serie de actividades nacionales de tipo competitivo, “ya que nuestro deporte no podrá ser nunca de competición y [por] ser contrario totalmente a los principios de la UIAA”. En ese momento, solo se hacía salvedad en el caso de los ralis de alta montaña, que no se consideraban competiciones, pero que concedían premios.[40]
A partir de la segunda mitad de los años cincuenta se empezó a hablar de delegaciones y subdelegaciones de la FEM, que a partir de 1962 se irían convirtiendo en federaciones regionales.[41] Este proceso, como recoge el anuario de 1970, se debió en parte a Félix Méndez y supuso la creación durante los años sesenta de distintas federaciones territoriales. Se produjo, con ello, un claro proceso de descentralización administrativa, sin que el presidente de la FEM perdiera el control de las federaciones regionales, sobre las que seguía ejerciendo el derecho de veto a su presidencia.
En el contexto de crecimiento del montañismo español durante los años cincuenta y sesenta deben enmarcarse los distintos intentos de reducir el número de sociedades. De esta forma, en los congresos de Zaragoza (1950) y Barcelona (1951) “se convino restringir en lo posible la creación de Sociedades nuevas, donde ya existiese otra constituida”, según el anuario de 1952. Al mismo tiempo, en Aragón y Valencia se intentaban aunar todos los esfuerzos en una única sociedad,[42] aunque sin éxito. También fue en la misma línea la actuación, también fracasada, de la Federación Vasco-Navarra, que intentó desautorizar la creación de nuevos clubs y propuso “la creación de un único Club Alpino Vasco, siguiendo el ejemplo de los grandes clubes europeos”.[43]
Apertura exterior sin democracia interna
El déficit democrático del montañismo español es bien claro: en 1945 el Estatuto de la Delegación Nacional de Deportes de Falange establecía que “Los miembros de las Federaciones Nacionales y los rectores de los Clubs o Sociedades deportivas habrán de tener una probada adhesión al Movimiento Nacional.”
Asimismo, la reglamentación aprobada en 1947 se caracterizó también por su falta de sentido democrático: aunque las sociedades deportivas fueran dirigidas por una comisión nombrada en asamblea general, las socias femeninas y los infantiles (menores de 15 años) no podían votar. Los candidatos elegidos seguían siendo proclamados por el Comité Directivo de la Federación.
“En cualquier caso, los acuerdos que supongan modificación de los estatutos o reglamentos no tendrán validez hasta que hayan sido aprobados por esta Federación Nacional correspondiente.”[44]
Pero mientras se regulaban los movimientos en el interior del país, el régimen hacía pasos para afianzar sus relaciones exteriores. En 1948 se estableció un convenio de refugios entre la FEM y el Club Alpino Italiano, que en 1950 se extendió al Club Alpino Francés.
Después del encuentro hispano-francés de la Renclusa (1942), la inauguración del refugio Lluís Estasen (1949) constituyó la primera concentración internacional de montañeros celebrada en España desde 1936.[45]
En 1950 la FEM envió a Asturias un grupo de personas del Club Alpino Suizo y del Touring Club inglés. El Campamento Nacional de Alta Montaña de ese año contó con la presencia de miembros de la Fédération Française de la Montagne y del Club Alpino Italiano.[46]
En resumen, cuando hacía más de una década que el conflicto bélico había acabado, el régimen franquista parecía ir abriendo pequeñas puertas para que nuestros montañeros y montañeras salieran al exterior y para que los/las alpinistas extranjeros pudieran entrar en España, una apertura que no tenía correlación a nivel más general.
En noviembre de 1953 se firmó un acuerdo de intercambio entre montañeros del Club Alpino Alemán y la FEM.[47] Ese año, España firmó el concordato con la Santa Sede y los pactos con Estados Unidos. Finalmente, en 1955 el régimen español sería reconocido por las Naciones Unidas. En este contexto, la FEM fue nombrada miembro del Comité Ejecutivo de la UIAA.
De momento, ningún mecanismo democrático preveía la elección de los cargos que habían de dirigir las sociedades alpinas, a pesar del intento de Juan Antonio Samaranch (1958).[48] Solo en el año 1960 se celebraron seis asambleas regionales que debían permitir elevar a la FEM “las aspiraciones del montañismo regional”, pero hasta 1966 no se suprimió la necesidad de presentar certificado de idoneidad política para ocupar cargos directivos en federaciones o entidades.
En 1969 se anunciaba que la elección de los presidentes de las diferentes federaciones deportivas se haría de abajo a arriba, pero el nombramiento de J. A. Odriozola Calvo (1971) y de algunos cargos regionales impide hablar de democratización de nuestro montañismo. De hecho, aún a finales de 1974, en la asamblea general, no se tomó en consideración una propuesta de la Federación Valenciana para que los presidentes nacionales fueran elegidos por los de las federaciones regionales y provinciales, porque esta atribución correspondía al delegado nacional, según el estatuto de la DNEFD.[49]
La estructuración del nuevo montañismo
A partir de la década de los cincuenta se empezaron a sentar las bases del montañismo hasta las reformas que tuvieron lugar en la Transición. Durante estos años se creó un cuerpo de guías, se organizaron los servicios de socorros ligados a la FEM, se estructuró definitivamente el modelo de formación (vigente hasta la implantación del Estado de las Autonomías) y se hizo frente al movimiento de internacionalización.
El cuerpo nacional de guías no se puso en marcha hasta 1956, aunque su reglamento había sido aprobado en 1942. Los dos primeros guías fueron nombrados en 1948,[50] pero su número fue muy reducido en los años posteriores (en 1955 eran cinco personas y en 1959 tan solo 23). De hecho, hasta el 15 de septiembre de 1965 el Consejo General no dio cuenta de la elaboración del reglamento del cuerpo de guías.
La FEM también tenía que desarrollar el servicio de socorro centralizado. Sin embargo, a finales de los cuarenta se acordó que cada sociedad montañera organizara su propio equipo,[51] hasta que en 1956[52] se sentaron las bases de los servicios de ayuda en montaña.[53]
La historia cambió radicalmente a partir de 1969, cuando algunas federaciones regionales propusieron que los Grupos de Socorro no dependieran de la Escuela Nacional de Alta Montaña, sino que se buscaría el contacto con la Cruz Roja Española y la Guardia Civil.[54] De todas formas, no sería hasta los años ochenta cuando la Guardia Civil se hizo cargo de los rescates de montaña en aquellas comunidades donde no se hubieran puesto en marcha servicios específicos y donde no llegaran los servicios de Protección Civil.
Habría que decir también, aunque no podemos extendernos en ello, que la FEM jugó desde el principio el papel de supervisora de algunos de los materiales de montaña que se vendían en el mercado español, con vistas a garantizar la seguridad.
Por su parte, la formación, que tradicionalmente se había organizado de manera individual y que finalmente fue transferida a los grupos de alta montaña,[55] fue tomada en consideración por la FEM en el año 1953, cuando se creó la Escuela Nacional de Alta Montaña (ENAM). Ese mismo año nacerían las primeras secciones de la Escuela, en un proceso que duró hasta finales de los años sesenta y en que a veces se crearon antes las escuelas regionales que las federaciones de dicho ámbito.
La espeleología
El accidente de Marcel Loubens en la Piedra de San Martín (1952) supuso el resurgimiento del interés por la espeleología en nuestro país.[56] Ese año, uno de los objetivos era “Reglamentar y organizar dentro del seno de la Federación la Sección de Espeleología”.[57] Como consecuencia, el anuario de la FEM de los años 1953-1954 afirmaba que se había creado una Sección de Espeleología, cuyo reglamento dividía el país en cinco zonas: Catalano-Balear, Vasco-Navarra, Levantina, Noroeste y Central.[58]
La institucionalización de la espeleología se cerró entre 1956 y 1957, cuando tuvo lugar el primer congreso vasco-navarro de espeleología, con la presencia de 168 congresistas, y se aprobó el primer reglamento de la Comisión Nacional de Exploraciones Subterráneas (1957).
En 1956, en Cataluña se intenta crear la Asociación de Investigaciones Espeleológicas y Subacuáticas, “con el objetivo de dejar todo enlace con el excursionismo”. El anuario de la FEM de 1956 se hacía eco de este clima revuelto en que nacía la espeleología vinculada al montañismo y advertía de la posible ruptura.
Todo parecía indicar que la FEM iba a hacer de la exploración del subsuelo una de sus disciplinas: incluso en el acta del 9 de diciembre de 1959 se recoge que Delgado Úbeda prometió trasladar a la DNEFD “las aspiraciones de esta actividad deportiva de nuestro organismo”.
Sin embargo, pronto apareció toda una serie de manifestaciones que nos indican justo lo contrario. De esta manera, en el acta del 10 de octubre de 1962, se decía que
“Esta federación Española de Montañismo como entiende que las actividades espeleológicas deben desligarse de nuestro organismo (…) elevó un escrito a la Delegación Nacional de Educación Física y Deportes, en este sentido.”
Oficialmente la FEM renunciaba a la espeleología en favor de una nueva federación que de momento nadie estaba gestionando, pero en diciembre de 1965 la DNEFD manifestó que no quería una federación de espeleología independiente.[59] De esta forma, la FEM tuvo que lidiar con la exploración subterránea y, a finales de 1967 o principios de 1968, el Comité Nacional de Espeleología fue reconocido como miembro de la Union Internationale de Spéléologie.[60]
Sería una solución transitoria: en 1969 el Comité Nacional de Espeleología aprobó solicitar la separación de la FEM y constituirse en federación de espeleología.[61] Durante unos años, la espeleología fue acogida a regañadientes dentro de la federación de montaña: la mayoría de entidades excursionistas con sección de espeleología se opuso a este intento de desvinculación que no terminó hasta la constitución de la Federación Española de Espeleología (1983).
Época de expediciones
A partir de 1959 se empezó a hablar de un proyecto de selección de montañeros de distintas provincias para ir a los Alpes, dirigido desde el GNAM, con vistas a la preparación de una expedición a “un macizo extranjero de importancia”.[62] Los años sesenta y setenta verían la progresiva implantación de las expediciones internacionales de alta montaña y escalada.[63]
La primera (y única) expedición oficial tuvo lugar en 1961,[64] cuando la FEM asumió la Expedición Barcelona a los Andes del Perú 1961 (particular).[65] La expedición incluiría a representantes de las sociedades más importantes del momento que pretendían representar al conjunto español (Peñalara, Montañeros de Aragón, Club Muntanyenc Barcelonès y Grupo de Montaña Iberduero de Bilbao). Con motivo de esta expedición, se creó el Comité Técnico de Expediciones de Montaña al Extranjero, que tenía la finalidad de asesorar, informar y autorizar expediciones, tanto de carácter nacional como regional, provincial o social.[66]
Alpinistamente, el éxito de la expedición –se había conseguido superar los 6.000 metros– quedó empañado por la muerte agónica de Pedro Acuña, que perdió la vida al precipitarse por una grieta. A su vuelta, los expedicionarios fueron recibidos por el jefe del Estado, y la FEM les concedió el Trofeo General Moscardó
También los grandes retos de las paredes norte de los Alpes fueron resueltos durante la década de los sesenta, y ello sirvió para dar confianza a nuestro montañismo. Era evidente que el camino natural conducía al asalto del Himalaya.
De esta forma en 1969 se conseguía la primera cima de más de 6.000 metros en el Himalaya. En 1973 una expedición castellana tuvo que abandonar su ataque al Manaslu (8.125 m) a causa de las avalanchas. Pero en 1974 le tocó el turno al Anapurna Este, el primer ocho mil español. Ese año, desde el País Vasco, se intentó conseguir el Everest, pero sin éxito, a pesar de haber superado los 8.500 metros. En 1975 se alcanzó la cima del Manaslu (8.156 m). En 1976, una expedición manresana consiguió la cima de otro ocho mil, el Makalu (8.470 m). En 1979, una expedición navarra que contaba con cuatro alpinistas catalanes consiguió nuestro cuarto ocho mil, el Dhaulagiri (8.167 m). Finalmente, en 1980 una expedición vasca colocó a Martín Zabaleta en la cima del planeta. El anuario de ese año se hizo eco de la victoria deportiva (con este, España llevaba ya seis ochomiles) junto con la otra cara del asunto, justamente la cara política,[67] que ya se había manifestado después de la expedición vasca a los Andes de 1967.[68] Desgraciadamente no tenemos espacio para profundizar en este aspecto.
LA DEMOCRATIZACIÓN DE NUESTRO DEPORTE
El cese de Félix Méndez y el nombramiento de José Antonio Odriozola como presidente de la FEM (1971) supuso “un radical cambio de dirección en la marcha seguida hasta ahora por la Federación.”[69] Odriozola daría libertad de acción a los distintos comités y a las federaciones regionales y provinciales,[70] y en 1972 se aprobarían unos nuevos estatutos que preveían que los presidentes regionales,
“son elegidos no por el presidente nacional, sino por votación entre los clubs y sociedades de las respectivas regiones.”[71]
Por lo tanto, el montañismo federativo se democratizó, al menos en parte y en la práctica, antes que lo hiciera el conjunto del país. Y con la democratización, llegó el momento de abordar la descentralización del montañismo, puesto que –en palabras de Odriozola– no se podía obviar que Cataluña representaba una tercera parte y el País Vasco-Navarra otra cuarta parte del total español. De esta forma, representantes catalanes y vascongados pasaron a formar parte del Consejo Directivo, aunque más adelante se diera entrada al resto de federativos regionales.
De esta manera, la FEM se convertía auténticamente en la ejecutora de las decisiones adoptadas por la asamblea. La posterior presidencia de Fernando Muñoz significó la consolidación del régimen democrático de nuestro montañismo, pero también la confrontación con los temas estrella del momento: por un lado, los dos grupos demográficos extremos (la juventud y la veteranía), por otro, la competición y los problemas medioambientales.
Eso sin olvidar los cambios que iba a suponer la implantación del modelo territorial de la España de las autonomías. Aunque al final del período franquista se pretendían establecer federaciones provinciales,[72] a partir de 1979 la FEM dejó de lado la división provincial y progresivamente hizo coincidir su repartición territorial con la nueva realidad autonómica. Finalmente, el anuario de 1986 establecía que “podemos dar por terminada la adaptación de nuestra Organización territorial al mapa de las autonomías” (solo quedarían por constituir las federaciones de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, que se constituyeron en 2005 y 2011, respectivamente).
Fueron años de importantes cambios en los estatutos de la Federación y en sus formas de actuar, años durante los cuales hubo que hacer frente a la reorganización del montañismo juvenil, que corrió en paralelo a la reestructuración del GAME, y al alpinismo veterano.
Fueron, también, años en que el montañismo –mal visto por algunos sectores sociales como promotor de prácticas insostenibles– acentuó las actuaciones de tipo ecologista que desde sus orígenes había implementado.
Las últimas décadas han visto la implantación de nuevas disciplinas, que vinieron a engrosar el conjunto de las tradicionales: los senderos de gran recorrido, el descenso de barrancos o la escalada en hielo. El ciclismo de montaña ha quedado a voluntad de las federaciones regionales y la orientación deportiva, algunas prácticas aéreas o la supervivencia deportiva no llegaron a ingresar nunca en nuestro ámbito federativo.
Junto a las nuevas disciplinas, la competición entró de pleno dentro del ámbito de la Federación, hasta el punto que se podría afirmar que los años noventa y los primeros albores del siglo XXI han supuesto los cambios más importantes en el mundo de la montaña: la instauración de un alpinismo de competición que se ha puesto de manifiesto en la práctica de los raides de montaña, las carreras por montaña, el esquí de montaña, las raquetas de nieve, la escalada, la escalada en hielo o el paramontañismo.
Por otro lado, a partir de los años ochenta se empieza a evidenciar que algunas personas pueden dedicarse de manera profesional a la montaña. Este fue el caso de los guías de montaña, que se constituyeron en asociación independiente de la federación.[73] También los instructores de la ENAM planteaban una situación parecida.[74]
La propia FEM empezó a profesionalizarse y en 1990 se aprobaba un cargo remunerado para la dirección técnica de la FEM,[75] al tiempo que la escalada de competición estaba empezando a profesionalizarse contratando a un director técnico.[76]
Mientras algunos federativos profesionalizaron sus tareas, algunas actividades acabaron siendo externalizadas a empresas terceras. En campos como el esquí de competición o la escalada deportiva, surgieron empresas de servicios que organizaron lo que antaño se hubiera gestionado a partir del voluntariado y la buena voluntad. La profesionalización de nuestro deporte exigía también la profesionalización de las bambalinas de la competición.
La deportivización y la profesionalización del montañismo trajeron consigo la comparación con los deportes que la administración cualificaba de alto nivel. A finales de los noventa, la FEDME estaba siendo presionada por el Consejo Superior de Deportes, que “Nos han repetido su idea acerca de lo que deben ser las funciones de una Federación Española”. La amenaza —aunque fuera latente— de la no financiación pública suponía una espada de Damocles sobre el futuro de la federación.[77] Una posible salida era adaptar las nuevas actividades a formatos más habituales entre los gestores y gestoras públicos del deporte.
Al mismo tiempo, las empresas de aventura vieron en algunos de los campos tradicionalmente asociados a nuestra federación un terreno fértil para realizar negocios. Muchas veces se las acusó de ejercer una cierta competencia desleal, razón por la cual no faltaron los intentos de llegar a acuerdos con el sector y de pedir a la administración una regulación efectiva y clara del mismo. Al mismo tiempo, un poco por doquier se planteaba el debate sobre si las empresas del sector podían o/y debían ser admitidas como clubes dentro de la Federación.[78]
Con la competición y la profesionalización llegó la necesidad de crear centros de tecnificación, que serían “uno de los mayores proyectos emprendidos por la FEDME”, según recoge el anuario del año 1998. Asimismo, la entrada de la montaña en el mundo competitivo hizo que el Consejo Superior de Deportes exigiera a la Federación la implantación del control antidopaje y que se creara el Comité de Disciplina Deportiva.[79]
Ya sabemos que actualmente el esquí de montaña y la escalada deportiva se han convertido en disciplinas olímpicas, y es de esperar que algo parecido suceda con las carreras por montaña.
Pero la profesionalización y la deportivización de la montaña fueron de la mano de un proceso cada vez más importante de personas que salían a la montaña sin estar federadas. Al mismo tiempo, el mercado estaba empezando a pedir a los clubs y a las federaciones de montaña que se convirtieran en proveedores de servicios o, por decirlo de otra forma, en agencias de viajes especializadas. A partir de ese momento la FEDME tuvo muy claro que, si no se potenciaban los clubs, en unos años estos corrían el riesgo de ser substituidos por las empresas de aire libre.[80]
LA FEDERACIÓN ESPAÑOLA DE DEPORTES DE MONTAÑA Y ESCALADA
La muerte de Fernando Muñoz fue seguida por la presidencia de Joan Garrigós i Toro (1992-2021), que fue recibida con no pocas suspicacias.[81]
Garrigós trasladaría la sede de la FEM a Barcelona, aunque fuera de manera escalonada[82] y durante su mandato se cambió el nombre (1993) de la federación para conseguir que fuera una “Federación de Actividades de Montaña y no solo de Montañismo”.[83] El nombre, sin embargo, respondía a un fin no siempre explicitado: “contemplar todo el ámbito de la montaña y de la escalada urbana (sic)”.[84]
No tenemos espacio para referirnos a los seminarios de espacios naturales y la importancia que tuvieron para lo que en ese momento se llamó “el acceso” a la montaña, ligado al hecho que el montañismo masificado podía haberse convertido en un peligro para el medio natural. Solo digamos que en 1999 se creaba el Comité Técnico de Accesos y Naturaleza, que pretendía englobar dos aspectos problemáticos del montañismo del momento: el acceso a las zonas de montaña y la protección y conservación del entorno.[85] La defensa de los intereses montañeros llevó al presidente Garrigós y a otros federativos al Congreso y al Senado para hablar con distintos representantes políticos y explicarles la problemática de las restricciones de acceso a la montaña.[86] Se iniciaba así un período durante el cual la FEDME actuó como grupo de presión ante la administración y se convirtió en un miembro de la mesa neocorporatista del estado español.
Con motivo del Año Internacional de las Montañas se acordó la conveniencia de constituir un Consejo Asesor Científico de las Montañas dentro de la Federación (2003).[87]
Mujeres y montaña
Hasta entrado el siglo XXI pocas personas se dieron cuenta de la situación realmente discriminada en que vivía la mujer montañera. Solo en una junta de finales del año 2006 Francisco Durá comentó que la Junta debería reflexionar sobre la escasa participación femenina en las competiciones internacionales. Como respuesta se le indicó que apenas había “chicas”, aunque se le aseguró que se estaba trabajando para cambiar esa tendencia en el futuro.[88]
Al cabo de unos meses, un informe de gestión de la FEDME hablaba de la participación de la mujer en nuestro deporte y decía que se habían introducido proyectos en el área de competición de escalada y de esquí de montaña. El objetivo en esta primera fase era conocer cuáles eran los aspectos que dificultaban el acceso de la mujer a nuestro deporte para, en una segunda fase, actuar directamente sobre ellos y facilitar el acceso de las mujeres a las actividades de la federación.[89] Lo mismo se encuentra en el anuario de 2007, donde se recogía que la FEDME había puesto en marcha “un proyecto para incentivar en el futuro diferentes acciones que estimulen la participación femenina en los deportes de montaña y escalada.”
Es cierto que la FEDME tomó las riendas del tema de la mujer, pero —visto en perspectiva— no parece que se atacara la raíz del problema, ni tampoco que se hiciera con mucha premura.
En esta primera etapa, el balance resulta hasta cierto punto cínico, pues lo que había de convertirse en un proyecto para asegurar el igual acceso de la mujer al mundo de la montaña, se materializó en la creación de un Equipo Femenino de Alpinismo[90] y en la realización de algunos de sus encuentros. La constitución del equipo femenino quizá tenga su relevancia dentro de la historia de nuestro deporte, pero es evidente que no supuso ningún cambio a nivel social.
Visto desde la distancia resulta por lo menos curioso el hecho de que todavía a finales del año 2010 el programa Mujer y Deporte funcionara sobre dos pilares: el equipo femenino de alpinismo y el encuentro anual de escaladoras.[91]
Por lo tanto, a pesar de las felicitaciones iniciales del Consejo Superior de Deportes, sobre este tema no parece que se fuera más allá de las apariencias, apariencias que —sin embargo— no acabaron de deslumbrar a todo el mundo: el año 2015 la FEDME había pedido 52.000 euros al programa Mujer y Deporte del CSD, pero se le concedieron menos de 10.000. Quizá fuera falta de capacidad económica, pero lo cierto es que una de las cosas que no se subvencionó fue el Equipo Femenino de Alpinismo.[92]
Visto desde fuera, está claro que la FEDME no apostó por una integración femenina que ayudara en algo a la equidad social. A pesar del programa, solo una minoría de mujeres pudo aprovechar la coyuntura, sin que ello supusiera ningún cambio estructural.
CONCLUSIONES
Ha pasado un siglo desde aquel lejano 1922. El montañismo en España ha cambiado radicalmente y hoy en día se ha convertido claramente en un conjunto de actividades algunas de ellas competitivas.
Por otra parte, la base social ha mutado a medida que nuestra sociedad se iba modernizando, y con ello las mujeres han hecho acto de presencia como nunca antes.
El montañismo español se ha convertido en un sector muy importante tanto de nuestro tiempo libre como en la gestión del medio ambiente. En definitiva, ha dejado de ser una actividad casi marginal para convertirse en una de las más demandadas en nuestra sociedad. Ahora, en el momento de empezar un nuevo siglo de vida, era conveniente hacer esta parada y mirar hacia atrás para poder plantear qué nos gustaría ser, como movimiento social, en el futuro.
[1] Anuario CAE de 1917.
[2] Peñalara, enero de 1918, p. 12 y 56.
[3] Peñalara, enero de 1922.
[4] Félix Méndez Torres, «Peñalara, la FEM y las relaciones internacionales», en Peñalara. 75 años. 1913-1988. SEA (Madrid: Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara, 1988), 178 y sig.
[5] Según el número de enero de 1923 de Peñalara, la Sociedad Deportiva Excursionista se habría integrado en un primer momento. Según publicaría Peñalara en 1926, asistieron a estas reuniones representantes del Club Deportivo de Bilbao, la Sociedad Sierra Nevada, Sociedad Gredos Tormes, El Excursionista de Gredos, el CAE, Agrupación Deportiva Ferroviaria, Helios y Peñalara.
[6] El Heraldo Deportivo, 5 de junio de 1923, p. 231.
[7] Véase el número de julio de 1922 de Peñalara y en el número del 5 de junio de 1923 de El Heraldo Deportivo.
[8] Anuario CAE, 1922, p. 4.
[9] Francesc Roma i Casanovas, Federació d’Entitats Excursionistes de Catalunya, 1920-2020 (Valls: Cossetània Edicions, 2020).
[10] Autores diversos, Mendiak. Historia del Montañismo en Euzkalerria (Donostia: Etor, 1985), 49.
[11] Peñalara, 244, abril de 1934.
[12] Véase Peñalara, octubre de 1934 y Aragón, noviembre de 1934.
[13] Peñalara, octubre 1934.
[14] Archivo FEDME, acta del primer congreso de Alpinismo de la SEA, Federación Nacional de Montaña.
[15] Méndez Torres, «Peñalara, la FEM y las relaciones internacionales», 182.
[16] Archivo FEDME, actas del Consejo, 4 de octubre de 1943.
[17] Cataluña: 20 sociedades y 3.120 personas; Valencia, 10 sociedades y 680 personas; Madrid, 4 sociedades y 3.485 personas. En el resto de España eran 9 clubs y 443 personas.
[18] Anuario FEM, 1943.
[19] El acta del Consejo del 12 de abril de 1946 dice: “El Consejo conoce varios informes reservados que sobre miembros federativos de diversas sociedades, viene solicitando a la Secretaria General y que serán ampliados a todos los nombrados antes del año 1944, por faltar antecedentes de alguno de ellos”.
[20] Archivo FEDME, actas del Consejo, 24 de mayo de 1947 (sic), pero debería ser 1946.
[21] Archivo FEDME, actas del Consejo Directivo, 29 de octubre de 1948..
[22] Estanislau Torres, Excursionisme i franquisme (Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1979), 25.
[23] Citado en Fco. Javier Caspistegui Gorasurreta, «De la marginación a la práctica: mujer y deporte en la primera mitad del siglo XX», Vasconia, núm. 35 (2006): 253-269, http://hedatuz.euskomedia.org/4261/1/35253269.pdf.
[24] Francisco Javier Martínez Cuesta, «“Estaréis alegres en nuestra compañía”. Las actividades en los campamentos de la Sección Femenina (1942-1953)», El Futuro del Pasado, núm. 9 (2018): 61-84, doi: http://dx.doi.org/10.14516/fdp.2018.009.001.003.
[25] Peñalara, 1941. Concepción Carbajosa Menéndez, Participación deportiva de las mujeres asturianas (1939-1977) (Oviedo: Universidad de Oviedo, 1999), 214.
[26] BOE del 23 de febrero de 1944 (decreto de la Secretaría General del Movimiento).
[27] Archivo FEDME, actas del Consejo Directivo, asamblea del 1 de noviembre de 1971.
[28] Archivo FEDME, actas del Consejo Directivo, 6-7 de diciembre de 1970.
[29] Archivo FEDME, actas del Consejo Directivo, asamblea del 1-3 de noviembre de 1974.
[30] Antxon Iturriza, Biografía sentimental del montañismo vasco (Donostia: Club Vasco de Camping Elkartea, 2015), 43.
[31] Roma i Casanovas, Federació d’Entitats Excursionistes de Catalunya, 1920-2020.
[32] Archivo FEDME, acta del Consejo del 21 de noviembre de 1956, y del 28 de noviembre de 1956.
[33] Autores diversos, Mendiak. Historia del Montañismo en Euzkalerria, 60.
[34] Peñalara, 1943.
[35] En el anuario de 1949, figuran cuatro miembros activos del GNAM, entre ellos una mujer, M. A. Simó. En 1953-1954 los miembros activos eran siete, dos de ellos mujeres (M. A. Simó i Carme Romeu de Piqué). En 1959 serían 22, con una sola mujer (C. Romeu).
[36] El Consejo del 28 de diciembre de 1944, acordó la baja de dos peñas catalanas “ya que todas sus actividades se reducen al excursionismo dominguero.”
[37] Organizado por el Club Alpinos Romate (posteriormente, Club Alpino Guadarrama), se celebró en La Pedriza (se conocen ediciones posteriores, por lo menos hasta 1950). Archivo FEDME, acta del Consejo del 7 de mayo de 1948; 1 de mayo de 1950; 24 de mayo de 1950.
[38] Anónimo, «El montañismo en España», Documenta / Ministerio de Información y Turismo, Dirección General de Prensa 1255 (1956). La relación entre ciencia y montañismo siguió siendo importante en algunos centros, con nombres como Francisco Hernández Pacheco, Noel Llopis Lladó, Bernaldo de Quirós, Salvador Llobet, Eduardo Martínez de Pisón o Salvador Rivas Martínez.
[39] Archivo FEDME, actas del Consejo Directivo, 19 y 26 de noviembre de 1958.
[40] Archivo FEDME, actas del Consejo Directivo, 1-2 de noviembre de 1969, asamblea.
[41] Archivo FEDME, actas del Consejo del 7 de febrero de 1962.
[42] Archivo FEDME, actas del Consejo, asamblea nacional del 6-7 de diciembre de 1964.
[43] Antxon Iturriza, Historia testimonial del montañismo vasco (Bilbao: Pyrenaica, 2004), II-35.
[44] Peñalara, 1947.
[45] ABC, 29 de junio de 1949, p. 29.
[46] Grupo de Montañeros Vetusta, 66 (julio-septiembre de 1950), p. 1.
[47] Firmado en Bilbao en noviembre de 1953. Publicado en Pyrenaica, 4 (1953).
[48] Vèrtex, 9 (1968). Grupo de Montañeros Vetusta, abril de 1967.
[49] Archivo FEDME, actas del Consejo Directivo, asamblea del 1-3 noviembre de 1974.
[50] Archivo FEDME, acta del Consejo, 2 de julio de 1948.
[51] Archivo FEDME, acta del Consejo, 23 de septiembre de 1947.
[52] Archivo FEDME, acta del Consejo, 19 de diciembre de 1956.
[53] Archivo FEDME, acta del Consejo, 23 de enero de 1957. Véase también el anuario de 1956.
[54] Peñalara, octubre-diciembre de 1969.
[55] Félix Méndez Torres, Breve historia de la fundación de la ENAM en 1953 ([Barcelona]: FEDME, 1993), 5.
[56] Memoria de la FEM de 1953. N. Llopis Lladó, Nociones de espeleología (Granollers: Alpina, 1954).
[57] Archivo FEDME, acta del Consejo, 29 de octubre de 1952.
[58] FEM: Anuario, 1957.
[59] Archivo FEDME, actas del Consejo Directivo, 16 de diciembre de 1965.
[60] Archivo FEDME, actas del Consejo Directivo, 12 de enero de 1968.
[61] Archivo FEDME, actas del Consejo Directivo, 15 de octubre de 1969.
[62] Archivo FEDME, actas del Consejo Directivo, 20 de mayo de 1959.
[63] José María Azpiazu Aldalur, Alpinismo español en el mundo (Barcelona: RM, 1980).
[64] Ibíd., 30-31.
[65] Elisabeth Vergés, Anglada (Madrid: Desnivel, 2002); Azpiazu Aldalur, Alpinismo español en el mundo, 31.
[66] Archivo FEDME, actas del Consejo Directivo, 11 de enero de 1961.
[67] César Pérez de Tudela, Crónica alpina de España, siglo XX (Madrid: Desnivel, 2004), 312. Iturriza, Historia testimonial del montañismo vasco, II-259 y 260.
[68] Iturriza, Historia testimonial del montañismo vasco, II-166. Iturriza, Biografía sentimental del montañismo vasco, 52.
[69] Archivo FEDME, actas del Consejo, 8 de febrero de 1971.
[70] Archivo FEDME, actas del Consejo, 24 de marzo de 1971.
[71] FEM, Boletín Informativo, 4 (abril de 1972), editorial.
[72] Boletín Informativo FEM, 24 (diciembre de 1973), p. 7 y sig.
[73] Archivo FEDME, actas del Consejo del 22 de febrero de 1982 y de la asamblea general del 3 de junio de 1983.
[74] Archivo FEDME, actas del Consejo, asamblea del 7 de abril de 1984.
[75] Archivo FEDME, acta de la asamblea general del 15 de diciembre de 1990.
[76] Archivo FEDME, acta de la Junta de Gobierno del 14 de diciembre de 1990.
[77] Archivo FEDME, actas de la Junta Directiva del 6 de marzo de 1997.
[78] Archivo FEDME, actas de la Asamblea General del 25 de junio de 2005.
[79] Archivo FEDME, acta de la Junta de Gobierno del 2 de junio de 1994 y del 9 de marzo de 1999.
[80] Archivo FEDME, acta de la reunión de presidentes del 14 de diciembre de 1996.
[81] Archivo FEDME, acta de la Asamblea General del 26 de julio de 1992.
[82] Archivo FEDME, acta de la Junta de Directiva del 3 de septiembre de 1992. Véase también Boletín Informativo FEM, 238 (septiembre-octubre de 1992), p. 151-152.
[83] Archivo FEDME, acta de la Junta de Directiva del 3 de septiembre de 1992.
[84] Archivo FEDME, acta de la Junta de Gobierno del 15 de mayo de 1993, acta de la asamblea general extraordinaria del 13 de junio de 1993.
[85] Boletín Informativo FEDME, 278 (enero-febrero de 1999), p. 16.
[86] Archivo FEDME, actas de la Junta Directiva del 7 de noviembre de 2002 y del 13 de marzo de 2003.
[87] Boletín Informativo FEDME, 307.
[88] Archivo FEDME, actas de la Junta Directiva del 16 de septiembre de 2006.
[89] Archivo FEDME, actas de la Junta Directiva del 18 de enero de 2007.
[90] Archivo FEDME, actas de la Comisión Delegada del 13 de diciembre de 2008.
[91] Archivo FEDME, actas de la Comisión Delegada del 11 de diciembre de 2010.
[92] Archivo FEDME, actas de la Junta Directiva del 18 de julio de 2015.